“Pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas…” 1 Samuel 30.6
Cuando David y sus hombres regresaron a Siclag, los amalecitas los habían invadido y prendiéndole fuego a la ciudad, se había llevado cautivas a las mujeres y sus hijos, entonces David y los que estaban con él alzaron su voz y lloraron hasta que se quedaron sin fuerzas.
David y sus soldados estaban experimentando en carne propia el dolor y la pérdida de sus seres queridos, porque se enfrentaban en sus propias almas al verdadero significado de la muerte.
Imagínese la escena, ver estos hombres aguerridos, hombres de batalla, de lucha expresando públicamente su dolor y su pena interior, llorando, gritando, y con el alma en pena, sin importarles las criticas o el qué dirán, muy contrario a lo que nuestra cultura nos grita de callar y ocultar el dolor.
Aunque en nuestra sociedad, el más fuerte y potente mensaje que se escucha acerca de duelo y perdida de nuestros seres queridos, es obviar cualquier sentimiento o manifestación pública del dolor, evitar pensar o hablar del tema hasta que absolutamente se viva.
Igualmente se promueve, que debemos enterrar con una pesada carga de tierra en nuestras mentes subconscientes toda clase de emociones, sentimientos o expresiones de dolor, como algo peligroso o material toxico.
Ahora bien el duelo con su inseparable compañera la perdida, se asocia con otros temas que no son fáciles ni comunes para conversar ya que producen vergüenza y deben mantenerse escondidos como son sexo, edad, divorcio, dinero, y que son considerados” tabú” en nuestra sociedad.
Tal cual como ejercitamos los músculos del cuerpo para estar en forma y ser saludables, así mismo debemos ejercitar nuestros músculos del alma, y aprender a levantar “pesas ligeras” de sentimientos de perdida que nos trae la vida cotidiana, como son, perder una posición o trabajo, perder una amistad, perder alguna joya o inclusive perder una cita importante.
A través de las anteriores situaciones podemos conocer cuáles son nuestros puntos fuertes o débiles, examinar nuestros temores y resistencias y detectar áreas o aspectos en los cuales hemos sido heridos para sanar a tiempo antes que nos toque alzar “pesas pesadas”, como es el enfrentar peligrosas cirugías, una enfermedad terminal, e incluso la muerte misma.
Para fortalecer los músculos del alma sobre los cuales nos apoyamos ante la pérdida de nuestros seres queridos, requerimos de una fuerza sobrenatural que viene directamente de nuestro Dios todopoderoso. Apoyémonos y fortalezcamos en Dios como lo hizo David.
“Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo…mas David se fortaleció en Jehová su Dios” 1 Samuel 30.6
Al enfrentarse a la tragedia de haber perdido a sus familias, los soldados de David comenzaron a volverse contra él e incluso hasta llegaron a hablar de matarlo. Pero David encontró su fortaleza en Dios, en la única fuente de apoyo y sostén en tiempos de angustia.
“En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre? Salmo 56.4
La gente puede hacernos daño y causarnos mucho dolor, sufrimiento y llevarnos hasta enfrentar la muerte misma. Podrán matar nuestros cuerpos pero nunca nuestras almas, porque son eternas y nuestro futuro ya está asegurado en Dios eternamente.
“Un árbol con fuertes raíces puede soportar una severa tormenta, pero ningún árbol puede pretender que sus raíces se hagan fuertes en el momento mismo cuando la tormenta ya viene”.
Querido padre Celestial enséñame cada día a llevar la carga que tú me has encomendado, y ayúdame a ejercitar los músculos del alma para enfrentar la perdida de mis seres queridos con gracia y honor, sigue siendo mi apoyo y fortaleza en todo tiempo.
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